Eloy Roy. (*) Quebec. Canadá
Para los que no se animan a creer que algo ya no va en la Iglesia, y que pudieran pensar que les están haciendo el caldo gordo a los enemigos de la misma aquellos que osan criticarla.
Ustedes tienen aún, sin duda, en su memoria, la imagen del buen Jesús de su primera comunión, dulce como un cordero, paciente como un ángel y desbordante de compasión por todos los desafortunados de este mundo. Esa imagen es justa pero incompleta. Porque los evangelios nos muestran también otro rostro de Jesús: el de un hombre que pasa la vida chocando con los jefes religiosos de su pueblo.
Estos jefes religiosos no se llamaban Papa, obispos, curas o teólogos sino Sumo Sacerdote, sacerdotes, rabinos o escribas. Eran los dirigentes del Pueblo de Dios, firmemente convencidos de haber sido llamados por Dios y autorizados por él a hablar y gobernar en su nombre. A menudo estos dirigentes se creían Dios mismo. No reconocían en la tierra ninguna autoridad superior a la suya. No tenían que rendir cuentas a nadie. El pueblo debía obedecerles ciegamente. Y los que no lo hacían eran excomulgados. En algunos casos hasta eran condenados a muerte. Eso fue lo que le sucedió a Jesús.
Los evangelios están repletos de páginas en las que se ve a Jesús combatir contra la dictadura religiosa de su tiempo. Las palabras más duras que salieron de su boca fueron para denunciar ese supremo control ejercido por las autoridades del templo sobre las conciencias del pueblo. Él no tuvo piedad alguna por esos personajes considerados como santos, pero que, en virtud de sus sagradas funciones, tendían a colocarse por encima de los mortales y a imponer sus leyes a todo el mundo, con la certeza de que quienes no habían sido formados en “su” escuela no podían conocer “la verdad” y, por lo tanto, eran ignorantes, imbéciles, depravados, malditos o endemoniados.
Pues bien, Jesús osó enfrentarse con esas personas que se creían dueñas de la verdad y jueces de las conciencias. Y, a causa de ello, fue tratado de loco, de borracho, de endemoniado y de blasfemo (o sea, ateo). Lo excomulgaron y lo condenaron a ser crucificado. Hoy día, todo cristiano que ose denunciar las actitudes antievangélicas de su Iglesia corre más o menos riesgos parecidos. Así pasa con mi amigo y colega Claude Lacaille, cada vez que publica un texto valiente como el de “La barca de Pedro en manos de piratas vestidos de púrpura” (**). Me gusta la lucidez, la coherencia, y por sobre todo el testimonio de vida de este hombre. Le reitero mi admiración, me solidarizo con él y hago mía sus posiciones.+ (PE)
Eloy Roy. (*) Quebec. Canadá
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=3638
(*) Eloy Roy, es Sacerdote de Misiones Extranjeras de Quebec, Canadá. En 1988, al oficiar como como cura párroco de Tilcara, le colocó a la Virgen Dolorosa un pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo.
(**) Se refiere al artículo que se publica en PreNot 8059 de esta edición de PE, 090406
Comentarios y FORO...
Para los que no se animan a creer que algo ya no va en la Iglesia, y que pudieran pensar que les están haciendo el caldo gordo a los enemigos de la misma aquellos que osan criticarla.
Ustedes tienen aún, sin duda, en su memoria, la imagen del buen Jesús de su primera comunión, dulce como un cordero, paciente como un ángel y desbordante de compasión por todos los desafortunados de este mundo. Esa imagen es justa pero incompleta. Porque los evangelios nos muestran también otro rostro de Jesús: el de un hombre que pasa la vida chocando con los jefes religiosos de su pueblo.
Estos jefes religiosos no se llamaban Papa, obispos, curas o teólogos sino Sumo Sacerdote, sacerdotes, rabinos o escribas. Eran los dirigentes del Pueblo de Dios, firmemente convencidos de haber sido llamados por Dios y autorizados por él a hablar y gobernar en su nombre. A menudo estos dirigentes se creían Dios mismo. No reconocían en la tierra ninguna autoridad superior a la suya. No tenían que rendir cuentas a nadie. El pueblo debía obedecerles ciegamente. Y los que no lo hacían eran excomulgados. En algunos casos hasta eran condenados a muerte. Eso fue lo que le sucedió a Jesús.
Los evangelios están repletos de páginas en las que se ve a Jesús combatir contra la dictadura religiosa de su tiempo. Las palabras más duras que salieron de su boca fueron para denunciar ese supremo control ejercido por las autoridades del templo sobre las conciencias del pueblo. Él no tuvo piedad alguna por esos personajes considerados como santos, pero que, en virtud de sus sagradas funciones, tendían a colocarse por encima de los mortales y a imponer sus leyes a todo el mundo, con la certeza de que quienes no habían sido formados en “su” escuela no podían conocer “la verdad” y, por lo tanto, eran ignorantes, imbéciles, depravados, malditos o endemoniados.
Pues bien, Jesús osó enfrentarse con esas personas que se creían dueñas de la verdad y jueces de las conciencias. Y, a causa de ello, fue tratado de loco, de borracho, de endemoniado y de blasfemo (o sea, ateo). Lo excomulgaron y lo condenaron a ser crucificado. Hoy día, todo cristiano que ose denunciar las actitudes antievangélicas de su Iglesia corre más o menos riesgos parecidos. Así pasa con mi amigo y colega Claude Lacaille, cada vez que publica un texto valiente como el de “La barca de Pedro en manos de piratas vestidos de púrpura” (**). Me gusta la lucidez, la coherencia, y por sobre todo el testimonio de vida de este hombre. Le reitero mi admiración, me solidarizo con él y hago mía sus posiciones.+ (PE)
Eloy Roy. (*) Quebec. Canadá
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=3638
(*) Eloy Roy, es Sacerdote de Misiones Extranjeras de Quebec, Canadá. En 1988, al oficiar como como cura párroco de Tilcara, le colocó a la Virgen Dolorosa un pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo.
(**) Se refiere al artículo que se publica en PreNot 8059 de esta edición de PE, 090406
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