Carlos Miguélez Monroy
La obsesión por la seguridad determina la configuración de ciudades con guetos, utilizados como instrumentos para garantizar esa “seguridad”. Así sucede en Roma, donde el alcalde promueve la construcción de tres campamentos gitanos con capacidad para 400 personas cada uno, lejos del centro urbano. La operación, que costará cerca de 30 millones de dólares, incluye la evacuación de seis asentamientos, aunque no se ha resuelto la reubicación de las personas que vivían ahí.
Esta “estrategia” urbana podría denominarse “síndrome de Potemkin” en honor al mariscal ruso que, después de la conquista de Crimea a finales del siglo XVIII, quería mostrar a la zarina Catalina el “bienestar” de los habitantes de su reino. Para ello, construyó fachadas de cartón-piedra para que, vistas desde el coche oficial, parecieran poblaciones prósperas.
El síndrome de Potemkin no entiende de países ricos o de países empobrecidos, pues ambos mundos lo padecen en sus ciudades. En la Ciudad de México se han desarrollado complejos residenciales que colindan con barrios de chabolas. Como ocurre en barrios de Rio de Janeiro o en las novelas de Gabriel García Márquez, sólo un muro o una valla de alambre separan la miseria de la opulencia, convertida en la ventana al mundo para los que viven en pobreza.
En años recientes, grandes constructoras han desarrollado este tipo de complejos de lujo en zonas donde sólo existían casas de cartón y de lámina. El Gobierno se encarga de “realojar” a quienes dejan esos lotes. Algunos internautas de un foro manifiestan la mentalidad Potemkin: “Lo que me gusta de estos proyectos es que están comprando el pueblo viejo y, por otro lado, lo están arreglando con pintura blanca y roja”, dice uno. Otro destaca lo siguiente: “Bosque Real tiene de un lado grandes vistas a un bosque, pero colinda con los pueblos de Palo Solo y Naucalpan en la parte mas oriental. La idea era detener la expansión de ambos pueblos; comprarlos poco a poco y tirarlos”.
En Los Ángeles, California, centenares de personas que han perdido sus casas por la crisis económica acompañan a los 73.000 sin hogar de la ciudad de los sin-techo, plagada de tiendas de acampar.
La protección de derechos económicos y sociales en Estados Unidos padece los efectos de las ventajas fiscales para las grandes fortunas y la reducción del gasto público para proyectos sociales. Estas políticas han provocado el crecimiento de la brecha entre ricos y pobres. Otra consecuencia está en la configuración de algunas ciudades, divididas por la condición social y, a veces, por la etnia de los ciudadanos, como en la película Gran Torino.
La financiación de servicios públicos como la educación se ha distribuido en función del número de casas de cada distrito y del promedio de ingresos de sus habitantes, lo que explica el deterioro del centro urbano de algunas ciudades norteamericana. Para la distribución de los estudiantes de las escuelas públicas, las leyes federales y estatales de educación tienen como criterio la cercanía de la vivienda de los centros escolares. La calidad educativa queda mermada por la concentración de niños de familias que arrastran problemas de salud, de violencia, de alcoholismo, de falta de educación y de planificación familiar… todos ellos con su raíz en las desigualdades económicas cada vez más marcadas.
A falta de una cobertura sanitaria pública y de clínicas sociales para gente de pocos ingresos, las personas que viven en estos barrios no cuentan con servicios de salud eficientes. Esto se suma a la creciente privatización de servicios básicos como el agua, la electricidad y el procesamiento de desechos. Este deterioro social repercute en la delincuencia, en los problemas de drogas y de alcoholismo, que explican en parte la distribución étnica en las cárceles.
Las ciudades más conflictivas siguen modelos de privatización masiva y de especulación. La protección de una minoría opulenta requiere de muros, coches blindados y guardaespaldas. La construcción de auténticas ciudades de convivencia pasa por el derribo de los muros de nuestra mente.
Carlos Miguélez Monroy
http://www.ellibrepensador.com/2009/04/28/sindrome-de-potemkin/
Comentarios y FORO...
La obsesión por la seguridad determina la configuración de ciudades con guetos, utilizados como instrumentos para garantizar esa “seguridad”. Así sucede en Roma, donde el alcalde promueve la construcción de tres campamentos gitanos con capacidad para 400 personas cada uno, lejos del centro urbano. La operación, que costará cerca de 30 millones de dólares, incluye la evacuación de seis asentamientos, aunque no se ha resuelto la reubicación de las personas que vivían ahí.
Esta “estrategia” urbana podría denominarse “síndrome de Potemkin” en honor al mariscal ruso que, después de la conquista de Crimea a finales del siglo XVIII, quería mostrar a la zarina Catalina el “bienestar” de los habitantes de su reino. Para ello, construyó fachadas de cartón-piedra para que, vistas desde el coche oficial, parecieran poblaciones prósperas.
El síndrome de Potemkin no entiende de países ricos o de países empobrecidos, pues ambos mundos lo padecen en sus ciudades. En la Ciudad de México se han desarrollado complejos residenciales que colindan con barrios de chabolas. Como ocurre en barrios de Rio de Janeiro o en las novelas de Gabriel García Márquez, sólo un muro o una valla de alambre separan la miseria de la opulencia, convertida en la ventana al mundo para los que viven en pobreza.
En años recientes, grandes constructoras han desarrollado este tipo de complejos de lujo en zonas donde sólo existían casas de cartón y de lámina. El Gobierno se encarga de “realojar” a quienes dejan esos lotes. Algunos internautas de un foro manifiestan la mentalidad Potemkin: “Lo que me gusta de estos proyectos es que están comprando el pueblo viejo y, por otro lado, lo están arreglando con pintura blanca y roja”, dice uno. Otro destaca lo siguiente: “Bosque Real tiene de un lado grandes vistas a un bosque, pero colinda con los pueblos de Palo Solo y Naucalpan en la parte mas oriental. La idea era detener la expansión de ambos pueblos; comprarlos poco a poco y tirarlos”.
En Los Ángeles, California, centenares de personas que han perdido sus casas por la crisis económica acompañan a los 73.000 sin hogar de la ciudad de los sin-techo, plagada de tiendas de acampar.
La protección de derechos económicos y sociales en Estados Unidos padece los efectos de las ventajas fiscales para las grandes fortunas y la reducción del gasto público para proyectos sociales. Estas políticas han provocado el crecimiento de la brecha entre ricos y pobres. Otra consecuencia está en la configuración de algunas ciudades, divididas por la condición social y, a veces, por la etnia de los ciudadanos, como en la película Gran Torino.
La financiación de servicios públicos como la educación se ha distribuido en función del número de casas de cada distrito y del promedio de ingresos de sus habitantes, lo que explica el deterioro del centro urbano de algunas ciudades norteamericana. Para la distribución de los estudiantes de las escuelas públicas, las leyes federales y estatales de educación tienen como criterio la cercanía de la vivienda de los centros escolares. La calidad educativa queda mermada por la concentración de niños de familias que arrastran problemas de salud, de violencia, de alcoholismo, de falta de educación y de planificación familiar… todos ellos con su raíz en las desigualdades económicas cada vez más marcadas.
A falta de una cobertura sanitaria pública y de clínicas sociales para gente de pocos ingresos, las personas que viven en estos barrios no cuentan con servicios de salud eficientes. Esto se suma a la creciente privatización de servicios básicos como el agua, la electricidad y el procesamiento de desechos. Este deterioro social repercute en la delincuencia, en los problemas de drogas y de alcoholismo, que explican en parte la distribución étnica en las cárceles.
Las ciudades más conflictivas siguen modelos de privatización masiva y de especulación. La protección de una minoría opulenta requiere de muros, coches blindados y guardaespaldas. La construcción de auténticas ciudades de convivencia pasa por el derribo de los muros de nuestra mente.
Carlos Miguélez Monroy
http://www.ellibrepensador.com/2009/04/28/sindrome-de-potemkin/
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