José M. Castillo
Los líderes del sistema están haciendo esfuerzos titánicos por sacarnos de la crisis en la que el mismo sistema nos ha metido. Para ello, por lo visto, lo que quieren es mejorar el sistema, a ver si puede funcionar de forma que la codicia de los gestores del propio sistema esté mejor controlada. Tarea en la que, según parece, no acaban de ponerse de acuerdo. Obama, por un lado, Sarkozy y la Merkel, por otro, en definitiva son portavoces de potencias que concentran bastante codicia. Y es claro, no debe ser fácil que los representantes de las grandes potencias codiciosas, por más “gente de orden” que sean, puedan ponerle remedio a la codicia. Se pueden discutir los medios que unos y otros quieren poner para resolver la crisis. Lo que nadie puede discutir es la buena voluntad que a todos se les presupone. Pero ocurre que el problema no está en la buena o mala voluntad que cada cual pueda poner para salir de la crisis del sistema. El problema está en el sistema mismo. Pero ahí es donde no se quiere tocar.
La reunión del G 20 ha coincidido con las vísperas de la Semana Santa. Y mucha gente, en estos días, reaviva los rescoldos de sus creencias religiosas. El hecho es que las numerosas cofradías, con el respeto y el fervor que el asunto se merece, preparan sus estaciones de penitencia con el esplendor y la devoción que inspira el recuerdo de la pasión y muerte del Señor. Yo siento un profundo respeto por tales manifestaciones de religiosidad. Como lo siento cuando veo a los musulmanes rezar en sus mezquitas o en la vía pública o a cualquier persona religiosa expresando públicamente sus creencias.
Con todo, volviendo a la Semana Santa de los cristianos, el problema que yo veo es que, si la muerte de Cristo se recordara públicamente como en realidad ocurrió, la Semana Santa tendría que celebrarse de otra manera. No sé si estoy pidiendo un imposible. Pero, ¿por qué no intentarlo? Jesús no fue paseado por las calles de Jerusalén bajo un palio de oro y brocados, con flores y luces, con el orden de un desfile solemne, al son de trompetas y bandas de música. Yo sé que, al decir estas cosas, resulta fácil manejar el latiguillo de la demagogia. Pero, si he comenzado recordando la crisis y la reunión de los líderes del G 20, es porque me parece que, lo mismo en el caso de las reuniones de los líderes políticos, que en los pasos de nuestras hermosas cofradías, sin darnos cuenta, nos quedamos siempre en la superficie de problemas mucho más graves que nunca nos atrevemos a afrontar. Todos hemos visto que en Londres, cuando los “hombres de orden”, estaban discutiendo cómo salvarnos de la crisis, por las calles, los antisistema, “gentes de desorden”, causaban violencias y destrozos, movidos por la rabia de quienes (muchos de ellos, al menos) gritaban y se exponían a la represión de las “fuerzas del orden”, clamando por un sistema distinto, en el que haya menos ostentación y más verdad.
Por eso estoy aquí apelando a recordar la pasión y la muerte de Jesús de manera distinta a como la recordamos. Se trataría de recordar aquello como realmente ocurrió. Y es que, en realidad, lo que allí pasó es que a Jesús lo condenaron los “hombres de orden” y lo apalearon las “fuerzas del orden” hasta acabar con él. No se trata, por supuesto, de equiparar a Obama con Poncio Pilatos. El problema está en que, a fin de cuentas, la religión es también parte y componente del sistema (¿por qué Zapatero tolera las agresiones clericales que le hacen?). Por eso, porque la religión ha sido siempre parte del sistema, en la pasión y muerte de Jesús, “hombres de orden” fueron lo mismo los hombres de la política que los de la religión. Porque también entonces, Jesús fue “hombre de desorden”, un antisistema, seguramente bastante más peligroso para el sistema que los ácratas, los antiviolencia, los verdes y todos los antisistema que ahora se echan a la calle cuando el G 8 o el G 20 se reúnen para ver cómo organizan el mundo para seguir ellos arriba y los demás abajo, sobre todo los que están más abajo, los “nadies”, los que ya no pueden ni ir a protestar a Londres porque sólo les queda la resignación.
La clave de la Semana Santa está en comprender que una cosa es lo que pasó en Jerusalén el día que mataron a Jesús. Y otra cosa son las interpretaciones religiosas que se le han dado a lo que allí ocurrió. La ejecución de un hombre peligroso (como lo fue Jesús) no era, ni podía ser, un acto religioso. La carta a los Hebreos dice que Jesús “padeció fuera de la puerta” (Heb 13, 12). Era la puerta de la ciudad santa, Jerusalén. Murió fuera del Templo, fuera del lugar sagrado. Jesús vivió como un laico y murió en la laicidad, perseguido y despreciado por la religión, maldecido por la religión, porque era un “maldito de Dios todo el que colgaba de un madero” (Deut 21, 23; Gal 3, 13). La enorme dificultad que nosotros tenemos ahora para caer en la cuenta de lo que representa la Semana Santa es que de nuevo hemos metido a Jesús dentro de la puerta, lo hemos puesto en el lugar santo, lo hemos colocado sobre el altar. Y así, la cruz es objeto de piedad y devoción, es respeto, santidad y orden, sobre todo orden. De forma que ante una cruz juran su cargo hombres que con su poder (político, militar, religioso...) no dudan en causar enormes sufrimientos o se hacen cómplices de ellos. Es el escándalo en toda regla. Sobre todo, cuando al Crucificado lo representan hombres revestidos de oro y púrpura, desde tronos o poltronas de mando. Y en nombre del orden que exige el sistema organizan las cosas de forma que hay miles de niños que cada día se mueren de hambre y enfermos que pierden toda esperanza de seguir con vida. Por eso he dicho - y seguiré diciendo - que necesitamos, ahora más que nunca, la Cofradía del Cristo antisistema. Que no es inventar nada, sino sencillamente recuperar la “memoria subversiva” que es, como decían los antiguos, “el signo distintivo de la libertad”.
José M. Castillo
Comentarios y FORO...
Los líderes del sistema están haciendo esfuerzos titánicos por sacarnos de la crisis en la que el mismo sistema nos ha metido. Para ello, por lo visto, lo que quieren es mejorar el sistema, a ver si puede funcionar de forma que la codicia de los gestores del propio sistema esté mejor controlada. Tarea en la que, según parece, no acaban de ponerse de acuerdo. Obama, por un lado, Sarkozy y la Merkel, por otro, en definitiva son portavoces de potencias que concentran bastante codicia. Y es claro, no debe ser fácil que los representantes de las grandes potencias codiciosas, por más “gente de orden” que sean, puedan ponerle remedio a la codicia. Se pueden discutir los medios que unos y otros quieren poner para resolver la crisis. Lo que nadie puede discutir es la buena voluntad que a todos se les presupone. Pero ocurre que el problema no está en la buena o mala voluntad que cada cual pueda poner para salir de la crisis del sistema. El problema está en el sistema mismo. Pero ahí es donde no se quiere tocar.
La reunión del G 20 ha coincidido con las vísperas de la Semana Santa. Y mucha gente, en estos días, reaviva los rescoldos de sus creencias religiosas. El hecho es que las numerosas cofradías, con el respeto y el fervor que el asunto se merece, preparan sus estaciones de penitencia con el esplendor y la devoción que inspira el recuerdo de la pasión y muerte del Señor. Yo siento un profundo respeto por tales manifestaciones de religiosidad. Como lo siento cuando veo a los musulmanes rezar en sus mezquitas o en la vía pública o a cualquier persona religiosa expresando públicamente sus creencias.
Con todo, volviendo a la Semana Santa de los cristianos, el problema que yo veo es que, si la muerte de Cristo se recordara públicamente como en realidad ocurrió, la Semana Santa tendría que celebrarse de otra manera. No sé si estoy pidiendo un imposible. Pero, ¿por qué no intentarlo? Jesús no fue paseado por las calles de Jerusalén bajo un palio de oro y brocados, con flores y luces, con el orden de un desfile solemne, al son de trompetas y bandas de música. Yo sé que, al decir estas cosas, resulta fácil manejar el latiguillo de la demagogia. Pero, si he comenzado recordando la crisis y la reunión de los líderes del G 20, es porque me parece que, lo mismo en el caso de las reuniones de los líderes políticos, que en los pasos de nuestras hermosas cofradías, sin darnos cuenta, nos quedamos siempre en la superficie de problemas mucho más graves que nunca nos atrevemos a afrontar. Todos hemos visto que en Londres, cuando los “hombres de orden”, estaban discutiendo cómo salvarnos de la crisis, por las calles, los antisistema, “gentes de desorden”, causaban violencias y destrozos, movidos por la rabia de quienes (muchos de ellos, al menos) gritaban y se exponían a la represión de las “fuerzas del orden”, clamando por un sistema distinto, en el que haya menos ostentación y más verdad.
Por eso estoy aquí apelando a recordar la pasión y la muerte de Jesús de manera distinta a como la recordamos. Se trataría de recordar aquello como realmente ocurrió. Y es que, en realidad, lo que allí pasó es que a Jesús lo condenaron los “hombres de orden” y lo apalearon las “fuerzas del orden” hasta acabar con él. No se trata, por supuesto, de equiparar a Obama con Poncio Pilatos. El problema está en que, a fin de cuentas, la religión es también parte y componente del sistema (¿por qué Zapatero tolera las agresiones clericales que le hacen?). Por eso, porque la religión ha sido siempre parte del sistema, en la pasión y muerte de Jesús, “hombres de orden” fueron lo mismo los hombres de la política que los de la religión. Porque también entonces, Jesús fue “hombre de desorden”, un antisistema, seguramente bastante más peligroso para el sistema que los ácratas, los antiviolencia, los verdes y todos los antisistema que ahora se echan a la calle cuando el G 8 o el G 20 se reúnen para ver cómo organizan el mundo para seguir ellos arriba y los demás abajo, sobre todo los que están más abajo, los “nadies”, los que ya no pueden ni ir a protestar a Londres porque sólo les queda la resignación.
La clave de la Semana Santa está en comprender que una cosa es lo que pasó en Jerusalén el día que mataron a Jesús. Y otra cosa son las interpretaciones religiosas que se le han dado a lo que allí ocurrió. La ejecución de un hombre peligroso (como lo fue Jesús) no era, ni podía ser, un acto religioso. La carta a los Hebreos dice que Jesús “padeció fuera de la puerta” (Heb 13, 12). Era la puerta de la ciudad santa, Jerusalén. Murió fuera del Templo, fuera del lugar sagrado. Jesús vivió como un laico y murió en la laicidad, perseguido y despreciado por la religión, maldecido por la religión, porque era un “maldito de Dios todo el que colgaba de un madero” (Deut 21, 23; Gal 3, 13). La enorme dificultad que nosotros tenemos ahora para caer en la cuenta de lo que representa la Semana Santa es que de nuevo hemos metido a Jesús dentro de la puerta, lo hemos puesto en el lugar santo, lo hemos colocado sobre el altar. Y así, la cruz es objeto de piedad y devoción, es respeto, santidad y orden, sobre todo orden. De forma que ante una cruz juran su cargo hombres que con su poder (político, militar, religioso...) no dudan en causar enormes sufrimientos o se hacen cómplices de ellos. Es el escándalo en toda regla. Sobre todo, cuando al Crucificado lo representan hombres revestidos de oro y púrpura, desde tronos o poltronas de mando. Y en nombre del orden que exige el sistema organizan las cosas de forma que hay miles de niños que cada día se mueren de hambre y enfermos que pierden toda esperanza de seguir con vida. Por eso he dicho - y seguiré diciendo - que necesitamos, ahora más que nunca, la Cofradía del Cristo antisistema. Que no es inventar nada, sino sencillamente recuperar la “memoria subversiva” que es, como decían los antiguos, “el signo distintivo de la libertad”.
José M. Castillo
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