Escrita por un hombre de 52 años “en situación de sin hogar” para el concurso literario que organiza anualmente
Érase una vez dos ciervos pobres, muy pobres.
Sobrevivía, el uno de la limosna y el otro de la chatarra
Habían descubierto la amistad.
Un día encontraron a otro ciervo pobre y solitario.
Y le invitaron a unirse a ellos.
Habían descubierto la fraternidad.
Y así se fueron sumando otro y otro y otro.
Cada uno con su variopinta ocupación.
Habían descubierto la solidaridad.
Un día celebraron una fiesta con sus pobres medios.
Habían descubierto la alegría.
Hacían planes, casi siempre utópicos.
Pero habían descubierto la ilusión.
Iban adonde querían, sin horarios ni jefes.
Preparándose para disfrutar del sol y de las estrellas cuando les parecía.
Habían descubierto la libertad.
Dormían casi todos al raso. Algunos en un ciervoalbergue
Y pocos, los más afortunados, en una ciervopensión.
Cada día, la tristeza de la soledad les iba abandonando
Y les invadía una paz que les llenaba de gozo.
Habían descubierto a felicidad.
¿Por qué –se preguntaron- ahora que tenemos este saco lleno de valores preciosos, no vamos a ofrecérselos a la sociedad? Parece que les falta alguno a todos.
Así lo hicieron, pero la sociedad les humilló, les insultó y les expulsó.
Ellos, felices, volvieron a pasar la noche a sus ciervobancos del parque
Y a sus ciervocajeros automáticos.
A la mañana siguiente, encontraron que la sociedad estaba arrasada
Y destrozada por el egoísmo, la envidia, la avaricia y el materialismo.
Y la bolsa de valores morales había pedido asilo en algún limbo remoto.
Entonces, la sociedad acudió a exigir a los ciervos sus preciosos valores.
Y los ciervos les cantaron:
“Si no sabes cómo salir
y la vida te hace añicos,
nuestro consejo has de de oir:
hazte pobre y serás rico”
Tomado de “Nuestros vecinos de la calle” de Salvador Busquets en Cristianisme i Justicia, nº 150