Rafael Fernando Navarro
La muerte es vertical a la existencia. La llevamos clavada y nos crece por dentro. A orillas de la pena, de la alegría. A orillas de las manos, de los ojos. A orillas del alma, del cuerpo. La muerte se va haciendo muerte, madurando, hasta que un día se abre como un vientre adolescente, arado de caricias, sembrado de besos interiores, regado de sol, y de luna, y de aires machos. Entonces la muerte se emancipa y se marcha, a lo mejor a las estrellas, a lo mejor al mar, a lo mejor a ningún cielo. El hombre pierde la amistad con su propia muerte, se aleja de ella y se convierte en memoria. Y en la memoria nos pesa el padre, la madre, el hijo, o la novia de los ojos morenos.
Desde Noviembre me habitas la memoria tú, amigo, compañero, mi entrañable pastor alemán. Tenías diecisiete años. Ya no jugabas. Arrastrabas tu sordera, tu artrosis, tu cansancio vital. Mientras fuiste joven te expresabas con los ojos, con las patas, con todo tu cuerpo. Hasta el final te negaste a abandonar tu elegancia, desplegada como una bandera. Preferiste irte quedando solo, un poco alejado, casi escondido. Te hiciste más "reflexivo", con la madurez que da la conciencia de la muerte. Te miraba largamente y bajabas los ojos. No sostenías la mirada como no sostenías la vida, ni apenas el aire sobre tu lomo. Habías aprendido a no gastar tu energía sin sentido, a no "hablar" si no tenías algo que decir. Te volviste pensativo y buscabas la soledad, y una cierta lejanía, y una distancia.
Hoy en el bar he pedido un café con leche con el automatismo de quien pide todos los días un café con leche. En el bar la gente grita. Proyectan negocios, arreglan el país, discuten el gol que fue y no fue. Y entre tanto griterío echo en falta la palabra. La palabra es la madurez del pensamiento. De lo contrario es simplemente aire lineal, aire sin aire, vacío lleno de vacío. De tanto gritar se nos olvidan las palabras. Y el amor no llega a cariño, y el te quiero se queda en deseo, y la compañía es simplemente estar JUNTO A, pero no CON. No sé si tenemos la obligación de hablar. Pero sin duda tenemos derecho a la verdad. Y la verdad es artesanía, parto doloroso, esfuerzo y desgarro. La palabra es un acto de amor, un acto creador de donde surgen los ríos y los árboles y los pájaros azules. Cuando la palabra no es creadora se convierte en ventosidad expelida y se pudre el aire y se suicidan las palomas.
He vuelto a casa y he querido comentarlo con mi pastor alemán. Pero ya no está. Se le hizo mayor la muerte. Se le encabritó la sangre en un aullido. Y se fue a lamerle las manos a una estrella.
Desde entonces es más canela el viento y más negras las rosas al tacto de su hocico. Todo es más hermoso porque es más triste. Todo es más triste porque es más ausente. Todo es más ausente porque es más hueco. Mi pastor alemán cuida un rebaño de olas y las lleva hasta los pastos azules de la luna.
Rafael Fernando Navarro