Este Domingo de Ramos, contemplando la sencillez místico-profética y la energía crítica, discernidora de ideologías, de un Jesús montado en un borriquillo, por contraste con la “procesión del poder político, militar y económico de los imperios a caballo”, he meditado, ya en Japón, sobre lo que nos falta de mística y de crítica en la comundiad eclesial.
¿Por qué resulta, a veces, más fácil sintonizar con la persona agnóstica sensible que con la persona creyente insensible?
¿Por qué es, a veces, más fácil, dialogar sobre religiosidad con la filosofía agnóstica que con la ortodoxia religiosa?
¿Por qué es más fácil el encuentro interreligioso que el intrarreligioso?
¿Por qué huelen a falta de fe y saben a falta de pensamiento algunas homilías cardenalicias y algunos documentos del magisterio episcopal?
Una persona agnóstica que no comparte nuestra fe religiosa puede sintonizar con nuestra sensibilidad hacia la naturaleza; pero ésta es tachada de panteísta por el fundamentalsimo creyente.
Una filosofía agnóstica muy crítica puede conectar con nuestros esfuerzos por depurar el lenguaje religioso y con nuestra mentalidad hermenéutica; pero éstas son vistas como heterodoxias por parte del fundamentalismo creyente.
Quienes viven la búsqueda práctica del camino interior en las diversas religiones coinciden en su receptividad hacia la trascendencia, percibida como sospechosa por parte de las mentes inquisitoriales de la propia religión.
Libros como los de Pagola o Vigil pueden ser iluminadores para creyentes y no creyentes; pero son vistos como sospechosos por instancias magisteriales que parecen hablar como si no tuvieran fe, por una parte, y como si no pensaran, por otra.
Un árbol necesita riego y poda. Regar con agua sus raíces y podar sus ramas. Sin agua, se queda sin nutrición. Sin poda, el crecimiento es desordenado y exagerado. Sin raíces místicas y poda crítica, las religiones se quedan vacías de contenido por falta de nutrición y ciegas frutos por exceso de proliferación en sus ramajes. La premisa mística y el acompañamiento crítico garantizan la autenticidad de las experiencias de lo sagrado. Pero cuando falta el antes y el después de dichas experiencias, es decir, la base mística y el acompañamiento crítico, la espiritualidad se convierte en ideología, de la que brotan diversas formas de violencia.
Un ejemplo: el lema ignaciano “ad maiorem Dei gloriam”, “por la mayor gloria de Dios”. En el marco de los Ejercicios espirituales de san Ignacio tiene una premisa mística: la experiencia de hallar a Dios en todas las cosas, tal como se expresa en la “Contemplación para alcanzar amor” ( Ej.nn. 231-237). Conlleva también un acompañamiento crítico: el discernimiento para evitar engañarse a sí mismo bajo especie de bien ( Ej. nn .313-336). Pero cuando se suprime dicha premisa mística y el acompañamiento crítico, el eslogan “por la mayor gloria de Dios” se convierte en justificar los medios por el fin con el que suele criticarse como “maquiavelismo jesuítico”.
Otro ejemplo: la espiritualidad de la indiferencia en el “Principio y fundamento” de los Ejercicio s ignacianos. Presupone una mística: la experiencia de haber sido movido a elegir solamente lo que más conduce al fin ( id. n. 169). Debe ir acompañada también de un discernimiento crítico, para evitar que se desoriente egoísticamente hacia el “propio amor, querer interés” ( id. n . 189). Pero cuando desaparece la premisa mística y el acompañamiento crítico, la citada “indiferencia” se convierte, por ejemplo, en frialdad de relaciones humanas, en actitudes inmisericordes al dirigir o gobernar, o en insensibilidad para disfrutar de la belleza o el placer sensatamente.
He puesto dos ejemplos tomados de la espiritualidad ignaciana, que (como otras espiritualidades) puede ser un arma de dos filos. Lo he hecho así para comenzar con autocrítica. Pero podría haber tomado ejemplos ajenos. Por ejemplo, la justificación del militarismo nacionalsintoísta por parte de monjes del Zen durante la guerra del Pacífico o las bendiciones de la guerra como cruzada “por Dios, por la patria y el rey”, por parte de obispos españoles durante la época del nacionalcatolicismo. Podría también haber traído como ejemplo diversas interpretaciones cuestionables de la jihad islámica, etcétera.
Lo que me importa resaltar, al iluminar con tales ejemplos estas reflexiones, era la ambigüedad de las religiones (radicada, claro está en la ambigüedad originaria de todo lo humano). Si falta mística y crítica, las presuntas espiritualidades se convierten en ideologías y engendran violencias. Entonces se hacen barbaridades y se las justifica en nombre de lo sagrado.
Leyendo muchos documentos del llamado “magisterio eclesiástico” echamos de menos sabor y olor de religiosidad, es decir, falta de mística, a la vez que encontramos excesos de dogmatismo en la doctrina, moralismo en la práctica, formalismo en lo ritual y literalismo en la lectura de los textos fundacionales, en una palabra, falta de crítica y hermenéutica. No es extraño que engendren diversas violencias: hacia dentro de la propia comunidad, con actitudes inquisitoriales; hacia fuera, fomentando complejos de persecución y agresividad contra la laicidad y el pluralismo.
Este diagnóstico creo que se aplica, no sólo a una buena parte del funcionamiento de instancias directivas de
Juan Masiá