Se dijo que para encontrar a Dios hacía falta algo de ascesis, de sacrificio, de oración, pero hoy no se habla de ascesis ni de sacrificio, tampoco de oración y no mucho de Dios y si se habla de Él, es de un dios etéreo, como si no se hubiese encarnado nunca o se hubiese desencarnado para siempre o un dios al gusto de cada uno.
La búsqueda de la felicidad, de la paz, de Dios no está en la ascesis ni en la abnegación ni el sacrificio a secas ni en las plegarias, sino, sobre todo, en la aventura de todos los días de comprender al otro, de acercarse al otro, de hacerse el otro, como nos enseña el mito profundo de la encarnación.
Ponerse en el lugar del otro, en la piel del otro, como primer paso para salir de nosotros mismos, esta es la ascesis de hoy, es ese vaciamiento como el de Dios al hacerse humano y que hoy se nos presenta urgente en la era de la comunicación. Actitud indispensable para el diálogo auténtico y constructivo, para una nueva convivencia humana, para unas más justas relaciones familiares, económicas, educativas, laborales, políticas y sociales y sobre todo para la amistad y para el amor y desde luego para el diálogo político, para vivir en democracia, en comunidad, para el diálogo intercultural, para el diálogo ecuménico e interreligioso.
Diálogo que se alimenta de silencios, lo que se llamaba oración, pues como dice Javier Melloni, jesuita: “Urge encontrar la manera de disponer de tiempos y espacios diarios de silencio, que permitan asimilar las vivencias experimentadas en el transcurso del día. El ser humano crece cuando dedica tiempo a acoger lo que le es dado para vivir, para hacerlo propio y después ofrecerlo.” Esto nos enseñaría a escuchar antes de hablar, a pensar ante de decir, nos enseñaría a dialogar y por tanto a encontrarnos con el otro, con el Misterio profundo personal y comunitario que se ha llamado Dios.
En este comienzo del siglo XXI, me parece que uno de los signos más importantes de la manifestación de Dios es el diálogo, la ausencia de diálogo es la ausencia de Dios, Jesús es palabra, pero sobre todo es diálogo, diálogo tan necesario en un mundo polarizado y en una iglesia también polarizada. Hoy necesitamos más del diálogo que del Dios que nos enseñaron nuestros padres, que más que unirnos nos divide.
Miguel Esquirol Vives
Cochabamba (Bolivia)