domingo, 3 de abril de 2011

La guerra, razón de Estado

Salvador González Briceño


“Si vis pacem para bellum”: Vegecio.
 
El viejo precepto aquél que dicta: “Si quieres la paz prepárate para la guerra”, del filósofo Flavio Vegecio Renato, que pretextó la consolidación del ejército romano, guarda en su seno un principio y un contrasentido. El principio es que tiene por contexto a un imperio, porque no cualquier país tiene los recursos suficientes para desarrollar la industria de la guerra, sino aquel o aquéllos que han resuelto las necesidades primarias de su pueblo —al menos en el sentido antiguo—. Y tienen a una parte de la población para convertirlo en ejército, pagado y disponible para ir a pelear, mal en aras de conquista o de la sujeción de otra nación cualquiera.
 
Y el contrasentido es porque: 1) El país que se arma lo hace y capacita a un ejército porque ve enfrente a un posible enemigo, igual interno que externo; sea vecino cercano o distante. Por lo tanto, está preparándose para entrar en guerra en cualquier momento. Los motivos pueden ser variados. Visto así, dicho país no tendrá paz por la predisposición a la guerra. Y a nivel individual ocurre lo mismo; véase aquéllos países cuyos ciudadanos tienen a la mano las normas necesarias para adquirir un arma o más [el caso de los ciudadanos estadounidenses es tristemente ejemplar, protegidos por su legislación local]. 2) Le brinda un pretexto y una justificación, a dicho país, para entrar en guerra contra otro sin cuestionar el o los motivos. Y por lo mismo no tendrá paz.
 
Por tanto, el adagio de Vegecio ha sido útil para justificar la guerra; y para la paz no funciona como tal precepto. En el segundo punto está la trampa. El caso es que nadie tiene un arma sin usar, así sea para la caza. Peor cuando se trata de la imposición de un imperio sobre uno o más países débiles, o no preparados para dicha confrontación. Un país imperial arrasa con otro cuando el interés se impone. Y los motivos de un imperio para ir a la guerra son: o bien de conquista a la antigüita con fines de ocupación y tributarios; o bien con fines de apropiación directa de recursos naturales.
 
El empleo de los procedimientos del imperio romano con fines de ampliar el territorio y el tributo siempre utilizando la violencia, mediante uno de los ejércitos más preparados y capacitados, heredó a la posteridad imperial el mecanismo de la guerra con los mismos fines, básicamente de apropiación de las riquezas de los países fuertes por los débiles.
 
En el capitalismo, desde el surgimiento, se desarrolló la industria de la guerra con fines mercantilistas y de apropiación de las riquezas ajenas. Y el que un país pobre o en desarrollo no se prepara para la guerra, nunca ha justificado la ofensiva del que sí. Pero los países capitalistas desarrollados utilizaron el procedimiento militar para la conquista y el arrebato de los recursos naturales de los demás.
 
El surgimiento (siglos XV al XVIII) y consolidación (siglos XIX y XX) del o los imperios capitalistas, que incluso lucharon entre sí por el reparto territorial del mundo (I y II Guerra Mundiales), dio le ventaja al imperio estadounidense con un triunfo aparejado a la posesión del arma atómica, la más poderosa desarrollada hasta el momento. Desde entonces, la consolidación del imperio trajo aparejado el desarrollo de armas cada vez más sofisticadas; el fruto de una industria de guerra que goza de fuertes inversiones, con los mismos recursos públicos —donde la población paga las inversiones que luego utilizan los más fuertes para agredir a otros pueblos.
 
La historia de Estados Unidos es de oficio violento. La fundación recogió lo más excelso del capitalismo inglés; una industria boyante, con todas sus variables bajo control, y un campo fértil donde se siembra la prosperidad de manos de la esclavitud negra. La expansión territorial fue un saldo de guerra contra los nativos y contra los vecinos, sobre todo contra México. Haciéndole la guerra a España se apoderó de sus colonias y su posterior extracción de materias primas. Eso impulsó la industria local y de ahí hasta la supremacía que alcanzó como imperio tras la II Guerra Mundial.
 
Porque fueron dos grandes guerras las que operaron la consolidación del imperio estadounidense. Desde entonces, la historia mundial ha visto la ampliación del imperio convertido en imperialismo por el capital que lo sustenta. El periodo de la Guerra Fría fue de guerras continuas, y en todas partes del mundo. Y contra cualquiera de los países que se quedaron atrás en dicho desarrollo industrial.
 
Cuando el mundo se dividió entre ricos y pobres, igualmente se separó entre países desarrollados y subdesarrollados. La riqueza se concentró y con ello los instrumentos todos de y para la dominación. Sin embargo, comprobado está que pese a la superioridad militar, no hay imperio que triunfe contra un pueblo completo. Esa fue la lección que dejó, durante el periodo de la Guerra Fría, la salida sin el triunfo del ejército estadounidense de Vietnam en el cercano 1975.
 
Por lo mismo, y desde entonces, el Pentágono de EU le apuesta más al uso de aparatos militares sofisticados que a la confrontación cuerpo a cuerpo que le cuesta una fuerte oposición interna y externa. Además del empleo de otros mecanismos previos a las guerras, como el espionaje, la intriga, el complot, la conspiración, la compra de enemigos, el armar a la contra; el uso del arma ideológica y política, y últimamente de organismos como Naciones Unidas, EU pretende justificar en aras de la “democracia” y de la “libertad”, toda invasión o uso de la guerra contra un país cualquiera.
 
Así, con fines de apropiación de recursos como sucede hace algunas décadas con el petróleo y el gas de aquellos países poseedores —explotadores y exportadores; EU respondió con procedimientos de guerra contra los países de la OPEP a partir de la crisis del petróleo de 1973, bajo la organización de las llamadas Siete Hermanas—, EU utiliza a su brazo armado, el Pentágono, en aras de su sobrevivencia energética.
 
Por eso convirtió la apropiación de dichos recursos en un asunto de seguridad nacional. La justificación ideológica y política incluyó la declaración, en calidad de enemigos, de otras culturas y la confrontación con ellas como un fundamento durante la postguerra Fría. Fue el mecanismo llamado “choque de civilizaciones” de Samuel Huntington lo que abrió la justificación para la guerra en contra de aquellos países que son los poseedores de grandes reservas energéticas.
 
Las guerras últimas contra Irak, Afganistán y ahora Libia no encuentran otra razón de Estado. Eso explica la presencia armada del Pentágono en coalición con la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), haciéndole la guerra a un dictador que hace muy poco era un gran amigo de los países imperiales. El fin que no justifica los medios.

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