domingo, 10 de abril de 2011

Pueblo, ¡DESPIERTA!

Pep Castelló


A veces se me ocurre pensar cómo sería la historia si, desde tiempos inmemoriales, en las grandes batallas la tropa hubiese girado sobre sus talones y en vez de enfrentarse al enemigo hubiese lanceado a quienes los empujaban a la muerte. Pero no, no fue así, sino que fue como ya sabemos.

Desde los más remotos tiempos, con la sangre del pueblo se han disputado el poder caudillos, reyes, emperadores y tiranos de todo orden. Rara vez a lo largo de los siglos esa sangre ha servido para liberar al pueblo que la derramaba y hacerlo dueño de su destino, sino que a lo sumo le ha cambiado un amo cruel por otro que en principio no lo parecía tanto, como fue en su día la sustitución de la aristocracia por la burguesía, o la dictadura fascista española por nuestra ejemplar democracia. En los más de los casos, tras esos “cambios”, los nuevos amos o quienes les sucedieron siguieron abusando del pueblo, explotándolo y esclavizándolo.

Posiblemente habrá quien tilde de obvio el párrafo que antecede. No importa, pues a menudo se tiende a olvidar lo que conviene mantener vivo en la memoria si no se quiere seguir siendo víctima de la ambición de quienes esgrimen el poder. Para su propio bien, el pueblo debe tener presente el mucho sudor y la mucha sangre que han costado a la clase obrera toda esa riqueza que hoy siguen manejando a su antojo quienes ningún sufrimiento tuvieron que tributar por ella.

Ignoro como sería en las sociedades cazadoras y recolectoras, pero desde que hay memoria, la gloria de los fuertes se ha basado en el sufrimiento de los más débiles. La violencia y la crueldad han sido las bases de todos los poderes y los cimientos de las actuales civilizaciones. Las migajas de riqueza y bienestar que el poder reparte entre quienes mejor le sirven han sido y siguen siendo el motor de la historia y a modo de zanahoria colgada en la punta del palo han servido y sirven para manejar al pueblo según conviene a quienes a lomos de él cabalgan cual si de un borrico se tratara. “Dame pan y dime tonto” ha sido y sigue siendo el eslogan de los pueblos que han vendido su dignidad por sendos platos de lentejas. ¡Así nos va!

Grande ha sido el avance tecnológico de la humanidad en el último siglo, pero muy poca la evolución de la naturaleza humana en los miles de años que llevamos de historia. Y no nos hagamos ilusiones, que tampoco han sido grandes los progresos en el orden político-social. Vasallos eran nuestros tatarabuelos de los tiranos de su tiempo y vasallos somos nosotros, ahora, de los actuales. Las leves diferencias de forma que hay de entonces acá no dan lugar a entonar himnos de gloria a esta civilización occidental cristiana de la cual somos parte, ni tampoco al resto de la Humanidad.

La miseria moral del ser humano actual se hace patente con la permanente vigencia de aquella vieja ley mosaica: no matarás, no robarás, no mentirás, no codiciarás... Hoy seguimos matando, robando, mintiendo, codiciando... Quienes nos gobiernan saben de nuestras flaquezas y actúan conforme a ellas, de modo que matan y roban y mienten y codician con nuestro tácito consentimiento. Saben bien que en ningún momento los vamos a censurar sino al contrario, que por el beneficio que nos trae aceptaremos su injusticia para con los más débiles, sus conductas criminales para con los demás pueblos. Después de miles de años de civilización, no nos regimos por humanos principios sino por espurios beneficios. Así de triste es.

De vez en cuando se produce en la historia algún acontecimiento que aparentemente sirve para abrir los ojos de quienes por sistema permanecen con ellos cerrados. Pero no hay cuidado, que a poco la ceguera vuelve a dominar el panorama social y quienes por un momento pudieron vislumbrar alguna tenue luz vuelven rápidamente a la confortable oscuridad de la caverna. Los amos no tienen que temer, pues el pueblo sigue ciego a placer, como si de esa ceguera dependiese su mayor bienestar.

El mundo se nos cae a pedazos por el maltrato que le dan la insensatez y la codicia del sistema. Talados los bosques, envenenadas las aguas, contaminado el aire, llena la tierra de radiactividad... El cuerpo enfermo de la Madre Naturaleza “no resiste más”, como cantaba el viejo tango de César Vedani “Adiós muchachos”. Pero la gente sigue ahí, dócil, mansa, obedeciendo las normas del juego que dictan los políticos, sin organizar resistencia alguna a su barbarie, entregando la vida a la mayor gloria de quienes nos maltratan y explotan.

¡Ah, pueblo, pueblo, qué falta de conciencia! ¡Qué poca dignidad! ¡Qué ausencia de bravura! ¿Para cuándo esa auténtica revuelta y ese justo lanceo de quienes nos empujan a la muerte?

http://www.kaosenlared.net/noticia/pueblo-despierta


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