Hernán Patiño Mayer
En la edición del miércoles 8 del corriente de La Nación, el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, ante quien tuve el honor de representar a mi gobierno durante dos de los más de diez años en que serví como embajador en el Uruguay, nos expone una versión de la historia reciente de su país bajo el sugestivo título “Los peligros de falsificar el pasado”.
No quiero aquí cuestionar esa interpretación. Ya lo han hecho con más autoridad muchos compatriotas suyos. Quiero sólo referirme a un párrafo de su nota que por su carácter taxativo reclama una réplica.
Dice Sanguinetti: “Demasiados desafíos nos acucian como para seguir revolviendo cenizas. Un pueblo que no sabe perdonar se arriesga a repetir su pasado. Como entidad nacional, lo ha sabido hacer Uruguay, que incluso ha ratificado con su voto, por dos veces, la amnistía a los militares”.
Desgraciada la metáfora con la que comienza. No se trata, doctor Sanguinetti, de “revolver cenizas”, sino de hallar las de los asesinados sin tumba, clausurando así el atropello criminal que se sigue perpetrando al violar una de las más ancestrales conductas del género humano (exclusiva de éste), cual es la de enterrar y honrar a sus propios muertos. Ningún desafío del futuro puede dejar impaga esa deuda con el pasado, salvo que se legalice la impunidad.
Me ha tocado participar en Montevideo por lo menos en diez oportunidades de la dolorosa recordación de “La noche de los cristales rotos” (Kristallnacht). Casi siempre se hallaba presente el ex presidente. Nunca lo escuché ni tampoco leí una recomendación suya dirigida a la comunidad judía proponiendo no “revolver las cenizas”, y mucho menos la afirmación temeraria de que “un pueblo que no sabe perdonar se arriesga a repetir su pasado”.
Vayamos al perdón. Como bien lo sabe Sanguinetti, el concepto del perdón es hijo del cristianismo. Hasta entonces, la venganza en lo individual y la muerte o la esclavitud en lo colectivo eran las consecuencias de las ofensas o de las derrotas militares. Pero el perdón para los cristianos no es un acto gratuito y mucho menos puede ser impuesto por voluntades extrañas a las propias víctimas.
El 15 de mayo de 1999, en La Nación, el entonces obispo de Morón, Justo Laguna, decía: “El perdón supone [...] el arrepentimiento claro y expreso, el arrepentimiento desde luego interior, pero también exterior. Todo el que comete un delito está absolutamente obligado a arrepentirse de lo que ha hecho”.
Ni en Argentina ni en Uruguay los responsables del terrorismo de Estado han manifestado arrepentimiento alguno por las atrocidades cometidas. Peor aún, dos meses atrás asistimos estupefactos a la repugnante reivindicación de ese terrorismo, por parte de Videla y Menéndez, ante el tribunal que los condenó a cadena perpetua. En Uruguay, sólo días atrás, un militar detenido hizo declaraciones reivindicando los secuestros, las torturas y las desapariciones, y un numeroso grupo de oficiales retirados lanzó frases amenazantes ante las investigaciones que tramita la Justicia.
Sería interesante que el doctor Sanguinetti nos explicara cómo se puede perdonar a quienes hacen gala de tanto nihilismo y contumacia. Cómo perdonar a quienes reivindican el horror y amenazan con repetirlo. Conviene agregar que para que el perdón sea factible la doctrina cristiana exige también la reparación del daño causado en toda su extensión posible (restitutio in integrum) y el firme compromiso de no repetir la ofensa.
Con respecto a la ley que según Sanguinetti ha permitido a los uruguayos superar el pasado, dada su ratificación en dos plebiscitos (el último con 48% de votos en contra), cae el ex presidente en un grave error conceptual. Los derechos humanos y sus violaciones no responden ni se subordinan a la voluntad de mayorías circunstanciales, por muchas que sean las veces que ésta se manifieste. El bien jurídico protegido es la dignidad suprema del hombre y su derecho inalienable a la justicia cuando ésta es avasallada.
No hay ley que merezca llamarse tal si ampara su violación o deja sin castigo a sus responsables. En este sentido me permito recomendarle la lectura completa del magnífico trabajo publicado por La Nación en su edición del 31 de agosto de 2005, firmado por Gustavo Bossert, ex juez de la Corte Suprema de Justicia argentina, que en uno de sus párrafos dice: “Los crímenes que a lo largo de la historia se han cometido usando el aparato estatal [son] crímenes de lesa humanidad, que no pueden beneficiarse ni de la prescripción ni del perdón ni aun bajo amnistías encubiertas, y deben, en cambio, permitir a las víctimas ‘un recurso judicial efectivo’ y dar lugar, entonces, a un juicio justo”.
Al contrario de lo que expresa el ex presidente, si un pueblo perdonara sin que sus victimarios reconocieran sus delitos, se arrepintieran públicamente de ellos, buscaran repararlos y asumieran el compromiso de no repetirlos, lo que haría, aunque circunstancialmente lo ignorara, sería hipotecar su futuro, en garantía de un pasado que no ha sido capaz de resolver a través de la verdad y la justicia.+ (PE/La Diaria)
(*) Hernán Patiño Mayer fue Embajador de Argentina en Uruguay. La nota de Patiño Mayer fue editada por La Diaria, matutino de Montevideo.
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=9435
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En la edición del miércoles 8 del corriente de La Nación, el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, ante quien tuve el honor de representar a mi gobierno durante dos de los más de diez años en que serví como embajador en el Uruguay, nos expone una versión de la historia reciente de su país bajo el sugestivo título “Los peligros de falsificar el pasado”.
No quiero aquí cuestionar esa interpretación. Ya lo han hecho con más autoridad muchos compatriotas suyos. Quiero sólo referirme a un párrafo de su nota que por su carácter taxativo reclama una réplica.
Dice Sanguinetti: “Demasiados desafíos nos acucian como para seguir revolviendo cenizas. Un pueblo que no sabe perdonar se arriesga a repetir su pasado. Como entidad nacional, lo ha sabido hacer Uruguay, que incluso ha ratificado con su voto, por dos veces, la amnistía a los militares”.
Desgraciada la metáfora con la que comienza. No se trata, doctor Sanguinetti, de “revolver cenizas”, sino de hallar las de los asesinados sin tumba, clausurando así el atropello criminal que se sigue perpetrando al violar una de las más ancestrales conductas del género humano (exclusiva de éste), cual es la de enterrar y honrar a sus propios muertos. Ningún desafío del futuro puede dejar impaga esa deuda con el pasado, salvo que se legalice la impunidad.
Me ha tocado participar en Montevideo por lo menos en diez oportunidades de la dolorosa recordación de “La noche de los cristales rotos” (Kristallnacht). Casi siempre se hallaba presente el ex presidente. Nunca lo escuché ni tampoco leí una recomendación suya dirigida a la comunidad judía proponiendo no “revolver las cenizas”, y mucho menos la afirmación temeraria de que “un pueblo que no sabe perdonar se arriesga a repetir su pasado”.
Vayamos al perdón. Como bien lo sabe Sanguinetti, el concepto del perdón es hijo del cristianismo. Hasta entonces, la venganza en lo individual y la muerte o la esclavitud en lo colectivo eran las consecuencias de las ofensas o de las derrotas militares. Pero el perdón para los cristianos no es un acto gratuito y mucho menos puede ser impuesto por voluntades extrañas a las propias víctimas.
El 15 de mayo de 1999, en La Nación, el entonces obispo de Morón, Justo Laguna, decía: “El perdón supone [...] el arrepentimiento claro y expreso, el arrepentimiento desde luego interior, pero también exterior. Todo el que comete un delito está absolutamente obligado a arrepentirse de lo que ha hecho”.
Ni en Argentina ni en Uruguay los responsables del terrorismo de Estado han manifestado arrepentimiento alguno por las atrocidades cometidas. Peor aún, dos meses atrás asistimos estupefactos a la repugnante reivindicación de ese terrorismo, por parte de Videla y Menéndez, ante el tribunal que los condenó a cadena perpetua. En Uruguay, sólo días atrás, un militar detenido hizo declaraciones reivindicando los secuestros, las torturas y las desapariciones, y un numeroso grupo de oficiales retirados lanzó frases amenazantes ante las investigaciones que tramita la Justicia.
Sería interesante que el doctor Sanguinetti nos explicara cómo se puede perdonar a quienes hacen gala de tanto nihilismo y contumacia. Cómo perdonar a quienes reivindican el horror y amenazan con repetirlo. Conviene agregar que para que el perdón sea factible la doctrina cristiana exige también la reparación del daño causado en toda su extensión posible (restitutio in integrum) y el firme compromiso de no repetir la ofensa.
Con respecto a la ley que según Sanguinetti ha permitido a los uruguayos superar el pasado, dada su ratificación en dos plebiscitos (el último con 48% de votos en contra), cae el ex presidente en un grave error conceptual. Los derechos humanos y sus violaciones no responden ni se subordinan a la voluntad de mayorías circunstanciales, por muchas que sean las veces que ésta se manifieste. El bien jurídico protegido es la dignidad suprema del hombre y su derecho inalienable a la justicia cuando ésta es avasallada.
No hay ley que merezca llamarse tal si ampara su violación o deja sin castigo a sus responsables. En este sentido me permito recomendarle la lectura completa del magnífico trabajo publicado por La Nación en su edición del 31 de agosto de 2005, firmado por Gustavo Bossert, ex juez de la Corte Suprema de Justicia argentina, que en uno de sus párrafos dice: “Los crímenes que a lo largo de la historia se han cometido usando el aparato estatal [son] crímenes de lesa humanidad, que no pueden beneficiarse ni de la prescripción ni del perdón ni aun bajo amnistías encubiertas, y deben, en cambio, permitir a las víctimas ‘un recurso judicial efectivo’ y dar lugar, entonces, a un juicio justo”.
Al contrario de lo que expresa el ex presidente, si un pueblo perdonara sin que sus victimarios reconocieran sus delitos, se arrepintieran públicamente de ellos, buscaran repararlos y asumieran el compromiso de no repetirlos, lo que haría, aunque circunstancialmente lo ignorara, sería hipotecar su futuro, en garantía de un pasado que no ha sido capaz de resolver a través de la verdad y la justicia.+ (PE/La Diaria)
(*) Hernán Patiño Mayer fue Embajador de Argentina en Uruguay. La nota de Patiño Mayer fue editada por La Diaria, matutino de Montevideo.
http://www.ecupres.com.ar/noticias.asp?Articulos_Id=9435
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